miércoles, 30 de enero de 2008

miércoles, 23 de enero de 2008

martes, 22 de enero de 2008

miércoles, 16 de enero de 2008

Doble vida



Así es.... cuando el agente alejito no se encarga de perseguir a humanos que cobardemente se esconden en Zión (den la cara y peleen como Neo, carajo!), dedica su tiempo a camuflarse en muñecas para competirle a la mismísima Barbie....
Queda muy obvio que hoy estuve al pedo en el laburo, no?

martes, 15 de enero de 2008

Sobre la importancia de llamarse Ernesto

bellas ideas de la bella cin! :)

¿Qué hace lazo? Aprendemos a desear en el trayecto que va desde el útero hasta aquí, nuestros intereses y apetitos más profundos fueron cobrando forma (siempre inacabada) a partir de vivencias, relaciones, búsquedas, todas tan particulares pero sí definidas por nuestras trayectorias -elemento que quizás sea el común a todas-.
Amor, terreno despojado de deberes y mandatos. Amor que patea los tableros, temporal de lluvia y viento que llega sin aviso y se lleva los techos de todos los prejuicio-s, pero-s, no-es y nos deja desnudos, con el corazón expandido en todo el cuerpo, retumbando como un tropel de corceles en celo. Pero es más que esto…
Amor agarradito de eso que el otro DICE QUE ES, amor amarradito a eso que el otro REALMENTE ES, llamarse Ernesto como metáfora del universo de palabras con las que decimos YO SOY, yo REALMENTE soy, ¿hay otra cosa? ¿hay un “realmente- detrás” de mis palabras? Somos palabra, somos materia investida de sentidos, somos deseo, deseo deseante… materia que sola no es nada, cuerpos que hace miles de años no se conforman con calmar un instinto, cuerpos que sueñan, que buscan reconocerse en otros que sueñan.
El amor como el encuentro de los seres en un deseo, chatroom de los deseos, deseos que buscan compañía, amor como el encuentro en el océano de los cuerpos que desean, hechizo del encuentro que le sigue a la búsqueda, amor secuela deliciosa del otro sobre uno, efecto que nos sacude en todo lo que somos, que hace hacer, efecto que nos afecta para afectar, gestos que buscan hacer recíproca la conmoción, tomarte de la mano, sumergirte en mi deseo.
Amor correspondido, amor no correspondido, ahogos en pupilas distantes o vibraciones en los ojos que me miran y se cierran para acercarse a mis labios.
Y si no es Ernesto? Amor dependiente de una cuota de imaginación que completa los retazos de otro que tenemos. Amor como aceptación implícita de las reglas de un juego en el que se arriesga todo, juego de valientes, juego en el que se niega el juego como juego, juego en el que se juega al para siempre, juego en que por regla general se pierde y excepcionalmente se gana.
Amor-conexión, niveles de conexión, amor de raíces profundas o amor efímero, volátil… pero libre –o muerto- que se busca a sí mismo en los fragmentos de otros que se cruzan en nuestra senda mil veces trazada, plan que se replanifica sobre la marcha, marcha de mochilas cada vez más llenas de otros.
c

sábado, 12 de enero de 2008

Karcianos de izquierda



Luego del mensaje de la burocracia sindical que señalaba a "Karcy- línea fundadora" como la única heredera de la Conducción, la ciudad amaneció con estas pintadas y un cartel que decía "Tendencia Revolucionaria: con el paraguas en la mano y la Vale en el corazón, Montoneros Patria o Muerte son soldados de Perón"..... ¿Se viene un nuevo Ezeiza?

Karcy- Línea Fundadora


Aquí estoy. Saludando e inaugurando un pedacito más de la blogósfera garabatense. Espero que a través de este lugar sigamos libertinajeando la creatividad. Recuerden que, por más que sea nuestra cybernética cucha, ahora estamos ante los ojos del planeta, y eso lo hace aún más trascendente… que siga la lucha y el desafío. Desde acá, desde el sur-realismo, cálidos saludos a aquellos que responden a la pulsión con una pluma (o teclado).

Pasado



La vida de Claudia pertenecía a los pequeños movimientos. Empezaba por la avenida San Martín dando uno dos y después, tres pasos, mirando al suelo como queriendo encontrar la distancia. Y cuando levantaba la inmóvil vista se daba cuenta que ya se encontraba en el centro de su pueblo, Cosquín. Un pueblo que parecía hablar por sí mismo con sus mensajes de boca en boca que esparcía el viento y que terminaban en plazas de frondosas arboledas y talladas fuentes.
Con el pelo hasta los hombros, de ojos recogidos y una sonrisa de invierno, Claudia era una mujer que asumía los momentos con una intimidad que parecía confundir a cualquiera. De sus labios renacían tenaces palabras como relámpagos fríos que llamaban la atención hasta en los surcos y en los callejones del pueblo.
Todas las noches de aquel verano en Cosquín, donde los turistas invaden hasta los pequeños secretos del pueblo, ella volvía a su casa (en la calle Antártida Argentina, entrecortada por un viejo canal de riego que ahora es escenario de juego de los niños). Cuando el alba mostraba sus primeras luces abría la heladera, sacaba el último vino y una pequeña copa amarillenta de cristal. Sin esperar demasiado, entre malabares por el vino, la copa y su pequeño bolso, subía los escalones que daban a su pieza y se sacaba la ropa nerviosamente, como la tierra se agita ante un galope. Una vez allí, dejaba en la pequeña mesita de roble (antiquísima), el pequeño ritual que traía en las manos. Casi semidesnuda descorchaba el vino y olía la dulce fragancia que tanto le gustaba, antes de dejar a la bebida respirar. Luego tomaba entre sus manos la pequeña copa de brillo opaco y se servía un trago profundo, sin fondo. Después de varios sorbos de vino decidía pararse, con la remera que le llegaba hasta los pechos, mientras sonaba el tango Corrientes y Esmeralda. Volaba su imaginación de mover sus flacas y puntiagudas piernas y nada se le escapaba, todo pertenecía a su cuerpo, a su alma, a la matriz que había creado en ese instante, tan suya, y la soledad le apretaba los hombros hasta llegar a sus pies. Ella bailaba desprendida del suelo de la pieza, entre un universo tan perfecto que parecía crearle nuevos senderos, conectarla con otras realidades tan sublimes y tan poderosas. No dejaba espacio para nada en su corta pieza y todo se relacionaba con ceniceros limpios y sucios, con una cama de resortes viejos y discos que terminaban por debajo.
Aquel filoso momento se iba por los aires cuando caía rendida al lecho de las desprolijas sábanas. Se despertaba al mediodía, hervía un poco de agua en una olla y ponía los fideos que almorzaba después. Luego, a eso de las tres de la tarde, Claudia sacaba un bolso del ropero y colocaba una toalla para dirigirse al río, a Piedras Azules, con el afán de encontrarse con Martín.
Piedras Azules era el balneario preferido de Claudia y Martín. Quizás porque fue el lugar donde se conocieron. En realidad ella lo consideraba parte de lo profundo, ya que, por esas nostalgias o agonías de una relación, siempre parece importante perderse y demorarse en los sitios donde uno conoció al otro. Sin embargo, aquel balneario de grandes bosques era realmente precioso. Un río que viboreaba laboriosamente entre los grandes bloques de roca, y cercado entre el Puente Carretero y el Puente Ferroviario. Enormes y mágicos puentes (como trabajados por el tiempo) que parecían extenderse hasta el cielo sin reconocer límite alguno.
A la caída del sol, el frío empezaba a ser realmente crudo. Ella sin dar demasiados argumentos tomaba sus cosas, se colocaba un pulóver de lana fina y se dirigía al centro de Cosquín. Caminaba por la Avenida San Martín hasta llegar al bar La Vieja Estación. Allí se sentaba y estiraba sus piernas, se desataba la pequeña colita y se pasaba los dedos para desenredar el castigado pelo. Cuando el mozo se acercaba, siempre le recordaba que quería un jugo de naranja con toda la pulpa.
En las últimas horas de aquellos lacios atardeceres, sentada en una silla de roble del bar, Claudia aventuraba sus ojos entre la estrecha anchura de la avenida (conquistada por el caótico andar de los turistas) y el burlesco asombro que parecía hallarse en los acurrucados pájaros de los mástiles de luz.
Cierta vez, después de dormir una enorme y larga noche, se sintió rara. Casi un hueco en el pecho intentaba salirse de ella. Pensó que el vino había sido el culpable de aquel malestar. Metió su mano en el fondo del ropero y sacó el bolso para colocar su toalla y demás cosas que necesitaría en el río. Mientras caminaba hacia su destino, Piedras Azules, sintió un enorme deseo de mantener la cabeza bien arriba. Había veces que miraba desafiante hacia delante, a un horizonte sediento por ser descubierto y que parecía esperarla cada vez más allá. Al rato se detenía y colocaba los ojos con el cielo, un placer tentador de ver los algodones blancos de las alturas que le caían como una cascada con fuerza a su mirada. Indudablemente, se sentía única en ese florecer interno que parecía cargado de errores y aciertos.
Al llegar a los bosques de Piedras Azules vio que Martín se había acongojado entre medio de dos árboles, allí estaba reposando los pies sobre la fresca tierra.
Esa tarde de calor único, Claudia se detuvo a metros de Martín. Sintió que ya no podía caminar más, otra vez esa sensación que brotó de ella en su recorrido al balneario se esparcía nuevamente por todo su cuerpo. Claro que, Martín la había visto pero él también se sentía paralizado ante la sensación que parecía nacer una y otra vez en Claudia.
Por primera vez en toda su vida, ella no dijo nada, el silencio era tan fuerte y completo que las palabras se perderían hasta desaparecer, sin sentidos hacia cualquier rumbo. Martín se paró y casi temblando miró hacia los arbustos de una pequeña colina y cuando volvió a mirar a Claudia no tuvo capacidad de acción. Entonces, y ante tanta perplejidad, el brillo de sus ojos empezó a dibujar lágrimas y la brisa con toda delicadeza pareció trazar una línea que los separó. Ella agachó su cabeza y emprendió el camino de regreso a casa.
Una vez más, tomó la Avenida San Martín y se detuvo en el bar La Vieja Estación para beber su jugo de naranja. Sin embargo, la situación que siempre había sido igual, cambió su regla. Mientras tomaba el jugo para apagar su sed, Claudia lo sintió sin pulpa pero no le molestaba. Pasó un rato hasta que se tranquilizó y trató de ordenar todas las cosas que le habían sucedido.
Comenzó a observar, a través de la ventana, el ajetreo de turistas que parecían venir de contra mano unos con otros. El roce de los cuerpos no parecía molestar a nadie y las miradas morían cuando se dispersaban en otras personas. Claudia miró hacia los postes de luz y vio que los pájaros que tanto le habían llamado la atención ya no estaban. Desentendida por la situación, se paró y salió afuera. Los pájaros no habían hecho su rutina diaria de posar amontonados unos a otros. Claudia volvió a entrar al bar y se acomodó en su silla para terminar lo poco que quedaba del jugo.
Ante tantas vueltas y medias vueltas, el tiempo pareció que había volado. Miró las eternas agujas de su reloj de pulsera (marcaban las nueve de la noche) y terminó de fumar su último cigarrillo. Pagó lo que había consumido y se dirigió hacia su casa. Durante el trayecto, el frío viento bajó la temperatura y ella sacó de su bolso un buzo que, posteriormente, se acomodó entre los hombros.
Al llegar a la calle Antártida Argentina, Claudia apresuró su marcha hasta llegar a su domicilio. Como de costumbre, subió las escaleras sin apuro hasta llegar a su pieza donde se tiró a la cama; quería descansar un rato. El cuerpo parecía no querer ceder así que se levantó y comenzó a tratar de ordenar aquel desorden. Un desorden que siempre había sido orden para ella, ahora parecía complicado. Bajó apresuradamente hasta la cocina y buscó algunas bolsas de basura. Subió hasta la pieza y comenzó a tirar todo aquello que parecía estar molestando o carecía de sentido, de figura y de forma, de causa y efecto. La pieza no pareció suficiente, así que se dirigió al baño y después a la cocina para buscar nuevas cosas que dejar de lado.
Todo esos viajes le llevaron la noche entera. Terminó casi a las siete de la madrugada y salió a la calle en busca del canasto para colocar esos residuos. Puso las bolsas en aquel lugar, giró para entrar a su casa pero se detuvo en la puerta. Volvió hacia el canasto sorprendida porque había llenado casi dos bolsas con sus pertenencias. Las cortó con sus largas uñas y pudo observar, entre medio de restos de comida y fideos fríos, la cantidad de objetos que había decidido dejar atrás.
Tuvo que observar varias veces todas las cosas que ahora eran residuos mientras ciertas imágenes venían a su cabeza: ella misma bebiendo el último vino de la noche, bailando tango a la luz de la luna y postrada en su cama. Las caricias y las sonrisas de Martín que le hablaba desde el otro lado de la línea que había marcado el aire; el jugo de naranja con su rasposa pulpa. Sin pensarlo miró sus manos, se las dirigió a los ojos y se quebró en un llanto vivo, desnudo y transparente. Los límites de las sensaciones perdieron sus formas ante lo nuevo. El momento era tan sugestivo que nuevamente no recordó el tiempo que había permanecido así, una sensación de pasado la tocó muy fuerte adentro como nunca había sentido. Finalmente se sentó en la verja y se secó las lágrimas. Después de cinco minutos, entró a su casa, tomó el bolso y lo llenó con las pocas ropas que le quedaban. Caminó hasta Villa Caeiro y paró al primer colectivo de larga distancia. El chofer le abrió la puerta, ella se sentó en el primer asiento y comenzaron a tener una charla amena del destino final del viaje.
Son como sones
Se parecen a la arena,
ilimitada y fugaz
emiten el olor del orín
de un felino mayor

Son como sones
se esparcen sobre las espigas
de la hierba seca
cuando atardece, a veces
itineran la estepa.

son como sones
como un ritual
ven sin ser vistos
y surcan el cielo
montando una epidemia

son como sones
surgiendo del fondo del tiempo
en notas indescifrables
corrigiéndose en el vuelo
son colores que aún resisten.

Son como sones
emitiendo un haz de fuego
Abjuré de cierta doctrina cromática
me rebelé
desconocí la luz
y fui expulsado de su influencia
desde ese momento
habito las sombras, las noches
soy huella de pensamiento escrito
y noticia de ciegos y mineros.
Soy inexacto símbolo de la nada
Emerjo de cada resquicio del espacio
y vuelvo una excepción
esa inútil agonía de estrellas y lunas en el universo.

FM
Después de tanta alegría
se me anega el alma,
Silueta uniforme grita
y recoge los fragmentos.
Aún Atacama arde
en policromía de siete grados.

Ese despertar de una cadencia
que se sugiere, que se desliza
amablemente
desde un timbre nuevo
y añejo en lo que a mí respecta.

Dudo que pueda revertir el tiempo
y vuelva a reunir en el mismo espectro
esa suerte de haz de luz
huérfano de límites.
Atacama arde
en polimorfía de siete caras.

Ese despertar en una vaguala
que se anida en la siesta
que se resiste energicamente
a ese timbre lejano
y dulce en lo que a mí respecta.

Gris, aunque pueda serte ausencia
y no reconozcas mi perfils
eré fuente de sombras
tóxico de madrugadas
famélico de noches buenas.
Atacama arde
en polifonía de siete negras.

FM

viernes, 11 de enero de 2008

Alberto Fuguet

Quien sabe si vivimos siempre nada más
que alrededor de las personas, aun de
aquellas que viven con nosotros años y
años, y a quienes, debido al trato frecuente
o diario y aun nocturno, creemos que
llegaremos a conocer íntimamente;
de algunas conocemos más, de otras menos,
pero sea cual fuere el grado de conocimiento
que lleguemos a adquirir, siempre nos
daremos cuenta de que reservan algo que es
para nosotros impenetrable y que quizá
les es imposible entregar:
lo que son en sí y para sí mismas,
que puede ser poco o que puede ser mucho,
pero que es: ese oculto e invisible núcleo que
se recoge cuando se le toca y que suele matar
cuando se le hiere.

Manuel Rojas, hijo de ladrón

Alejandro Schmidt

El predestinado

Con los dedos en punta
me tocó la poesía
me sacudió con repugnancia
y algo de curiosidad.
No digo que llegó a pesarme, medirme
a contarme los ojos
tampoco me abandonó en la calle
con un lápiz rojo y un baúl
¿qué se creerá?
tanta soberbia, todo el día de aquí para allá
con la boca tapada
si después de todo
no la invita nadie
ni llega a ningún lado
me alzó sobre el pozo del mundo
esa señora
y me soltó


Colegiales de la noche

¿Flotan los muertos?
su agua
¿es el temor?
¿qué pasaría si fueran tu mesa?
¿si no se corrompieran
y bailaran?
¿si fueran colegiales de la noche?
¿si el alma fuera un mapa comido por la arena?
¿cómo aprenderíamos la oscuridad?
¿hasta dónde podríamos mirar?
Si entre la muerte de todos
y la muerte mía
sólo vos estuvieras viva
tropezando con cantores de madera
con las raíces muertas del mar
con nubes de piedra
puerta tras puerta
y atrás
muy atrás de tu verde corazón
el viento impulsara en papeles de oro
barcos y leones muertos
donde viven las palabras
¿sólo una vez?
Y entonces
con los poderes que otorga la ignorancia o el amor
abrieras los labios
y el silencio cayera en mis manos
¿alguien más sería estremecido
o nuevo como una gota?
¿y si el silencio estuviera muerto?
¿y si la luz estuviera muerta?
¿y si caminaras hacia mí
como otras veces
y pudieras alcanzarme y sonreír?
¿y si eso fuera todo?
¿y si la muerte no existiera?
¿y si fuera una idea del tiempo
mientras aguarda bajo el hielo
su remo y sus batallas?
¿Adónde van envueltos en hojas en campanas?
¿Adónde reúnen sus espumas?
¿Y si dieran la felicidad?
¿Y si completaran el sol?

La actitud de los árboles

La actitud de los árboles,
su gesto,
es momentáneo.

Coral Bracho

Petición de mano

Por tu sobria belleza
porque siempre agradeces los milagros (el mar, el arco iris, los libros, la buena mesa)
por tus largos silencios reparadores
porque te compadeces de todas las víctimas de todos los telediarios
porque te entregas hasta desangrarte
porque amas a Fellini, a Adriana Varela, a mí
porque canturreas en el desayuno
porque no esperas nada de los ricos
y porque jamás te aprovecharías de un pobre
porque me elegiste de fauno y de centauro
porque me cerrarás los ojos, Pilar, y serás la dueña de mis cenizas.

Mario Paoletti"Retratos y Autorretratos"2007

sábado, 5 de enero de 2008

Gracias, Vale




Ahora si!!!!! A coger que ya se larga!!!!!!!!

Papá cuéntame otra vez

Papá cuéntame otra vez ese cuento tan bonito
de gendarmes y fascistas, y estudiantes con flequillo,
y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana,
y canciones de los Rolling, y niñas en minifalda.

Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis
estropeando la vejez a oxidados dictadores,
y cómo cantaste Al Vent y ocupasteis la Sorbona
en aquel mayo francés en los días de vino y rosas.

Papá cuéntame otra vez esa historia tan bonita
de aquel guerrillero loco que mataron en Bolivia,
y cuyo fusil ya nadie se atrevió a tomar de nuevo,
y como desde aquel día todo parece más feo.

Papá cuéntame otra vez que tras tanta barricada
y tras tanto puño en alto y tanta sangre derramada,
al final de la partida no pudisteis hacer nada,
y bajo los adoquines no había arena de playa.

Fue muy dura la derrota: todo lo que se soñaba
se pudrió en los rincones, se cubrió de telarañas,
y ya nadie canta Al Vent, ya no hay locos ya no hay parias,
pero tiene que llover aún sigue sucia la plaza.

Queda lejos aquel mayo, queda lejos Saint Denis,
que lejos queda Jean Paul Sartre, muy lejos aquel París,
sin embargo a veces pienso que al final todo dio igual:
las ostias siguen cayendo sobre quien habla de más.

Y siguen los mismos muertos podridos de crueldad.
Ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam.
Ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam.
Ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam.

viernes, 4 de enero de 2008

Titulo, titulo

Bueno, bienvenidos pequeños Garabatos!