Monseñor y la dictadura
Como cada año, al conmemorarse un nuevo aniversario del golpe militar de 1976 surge el debate sobre la actuación de la Iglesia Católica en esos oscuros y violentos años. La estrecha relación existente entre el clero y los genocidas se vio reafirmada en Entre Ríos por la cercanía de varios militares en el poder con monseñor Adolfo Servando Tortolo, Arzobispo de Paraná, vicario de las FFAA y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Esta nota intenta refrescar la memoria sobre esa perversa relación.
24 de marzo. Miles de paranaenses marchan recordando y repudiando un nuevo aniversario del golpe militar de 1976. La columna, al pasar frente a la catedral metropolitana, encuentra sobre sus escalinatas a un numeroso grupo de jóvenes (ojos claros, pelo corto y bien peinado, como alguien bien dijo, “buenos representantes de la raza aria”) que los aguarda en actitud amenazante. Cuando gente de la columna se separa de ésta y se acerca a la iglesia, ya sea para pintar algún graffiti o para pegar un afiche, el grupo de jóvenes guardias (defensores del orden, la moral y las buenas costumbres “occidentales y cristianas”) impide el acceso de los manifestantes a la catedral (¿acaso no dicen que la iglesia es del pueblo?).
El estribillo de la columna no se hace esperar: “Ustedes, callaron, cuando se los llevaron”, en clara alusión a la actuación de la Iglesia Católica entrerriana en los setenta.
En ese momento, comienzan los forcejeos entre los guardianes y los manifestantes...Contener la protesta social y acabar con las ideologías de izquierda fue la máxima preocupación durante décadas de la Iglesia Católica Argentina, institución por excelencia defensora del “orden y la moral”. A principios de los sesenta, ante el giro a la izquierda que provocó la revolución cubana en las clases subalternas, el Concilio Vaticano II (1962-1965) y la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Medellín (1968) fueron los instrumentos promovidos por la Iglesia para contener a las masas en la legalidad del régimen a partir de la “opción preferencial por los pobres”, idea corporizada bajo la denominación genérica de “Iglesia del Tercer Mundo”. Pero la radicalización política adquirió tal magnitud que las clases dominantes y la jerarquía eclesiástica resolvieron desechar el ideario tercermundista para abordar el curso de un golpe militar sangriento, eliminando incluso a sacerdotes que se oponían a este rumbo.
El 23 de septiembre de 1975, en una homilía pronunciada frente al general Roberto Viola, jefe de Estado Mayor del Ejército, monseñor Victorio Bonamín se preguntaba: “¿No querrá Cristo que algún día las FFAA estén más allá de su función?”
El 29 de diciembre, durante un almuerzo en la Cámara Argentina de Anunciantes, monseñor Tortolo profetizó que se avecinaba “un proceso de purificación”. Cuando las FFAA tomaron el poder en 1976, las máximas autoridades de la Iglesia Católica apoyaron el golpe. Los obispos estaban convencidos de que el nuevo gobierno sería una barrera que pondría fin al avance de la izquierda.
Interpretaban que el “disciplinamiento social” que los militares prometían sería fundamental para aislar y desarticular a aquellos sectores eclesiásticos que se habían vinculado activamente a las organizaciones populares; varios obispos legitimaron con argumentos teológicos el plan sistemático de exterminio ideado por los militares. Se referían a la acciones represivas con frases como “cuando hay derramamiento de sangre hay redención”; “Dios está redimiendo, mediante el Ejército, a la nación argentina”; “el país se encuentra en una guerra santa en defensa de Dios y en contra de los enemigos de la patria”, y varias frases más por el estilo.
Monseñor. Nacido en 9 de Julio (Pcia. de Bs.As.), monseñor Adolfo Servando Tortolo estuvo 17 años en el Arzobispado de Mercedes, conociendo allí a Jorge Rafael Videla y a Orlando Agosti, de quienes se transformó en su entrañable amigo. Tortolo llegó a Paraná como auxiliar del arzobispo Guillán en 1956; luego el Papa lo promovió al frente del Arzobispado tomando posesión del cargo en enero de 1963. A fines de 1975, Tortolo comparaba la crisis argentina con la que vivió España en vísperas de la guerra civil, pronosticando la proximidad de “un proceso de purificación”.
Así como la Iglesia española legitimó la barbarie de Franco bajo la bandera de “Dios, familia y propiedad”, la Iglesia argentina legitimó la dictadura a partir de la defensa de la “civilización occidental y cristiana” amenazada por “el comunismo internacional apátrida”, presentando una ideología del “ser nacional” que asociaba Estado y religión desde un nacionalismo católico, en defensa de las “tradiciones nacionales” y en oposición a las “ideologías extranjeras”.
Tortolo era de los pocos sacerdotes que conocían el plan sobre un golpe de Estado; Videla se confesaba casi a diario con él, pidiéndole consejo, al que Tortolo contestaba que creía conveniente el cambio de gobierno. En la noche del 23 de marzo de 1976, se reunió con Videla y el almirante Emilio Massera en la sede del Episcopado. Cuando Tortolo salió de la entrevista, dio ante los periodistas muestras de conocer el cambio que se avecinaba. Declaró que “si bien la Iglesia tiene una misión específica hay circunstancias en las cuales no puede dejar de participar, aun cuando se trate de problemas que hacen al orden específico del Estado. Debemos cooperar positivamente con el nuevo gobierno”.
El mismo 24 de marzo tuvo una reunión con Videla, Massera y Agosti, en la cual se analizó la situación y donde la cuestión de los métodos represivos adoptados no puede haber estado ausente. Viendo lo sucedido posteriormente, el acuerdo alcanzado resulta claro: los militares tendrían vía libre en su accionar represivo, contando con el apoyo (o al menos el silencio) del Episcopado, a cambio de la defensa que aquel asumiría de la “civilización occidental y cristiana” y la consolidación de los privilegios de la Iglesia. Pocos días después Tortolo se dirigió al despacho del interventor militar en Entre Ríos, Juan Carlos Trimarco. “Vengo a desearle éxitos en su gestión y a darle mi bendición”, le dijo a la vez que le extendió la mano para que el militar la besara.
En diciembre de 1976, en una visita a la Unidad Penal de Paraná, Tortolo contestó a un grupo de detenidos políticos, ante el pedido de que interceda para no seguir siendo torturados, que “no hace falta que me muestren las marcas. Esto no lo desconoce el presidente Videla, porque está sucediendo algo similar en todo el país. Tenemos un presidente que es maravilloso, es oro en polvo”.
En 1977 cuando nadie ignoraba los procedimientos utilizados por los militares, Tortolo insistió en su apoyo al régimen. Expresaba que “la Iglesia tiene la convicción de que las FFAA, aceptando la responsabilidad tan grave y seria de esta hora, cumplen con su deber”.
Su apoyo llegó al punto de defender la tortura en las asambleas episcopales, con argumentos extraídos de teólogos y pontífices medievales. Al respecto, el genocida Adolfo Scilingo confesó que los métodos practicados en los “vuelos de la muerte” tuvieron el consentimiento de la jerarquía eclesiástica, según la cual “la tortura sólo era considerada pecado en tanto superara las 48 horas de martirio”. Algunos torturadores declararon que “cuando teníamos dudas, nos dirigíamos a nuestros asesores espirituales, y estos nos tranquilizaban”; numerosos testimonios prueban el empeño puesto por varios vicarios al momento de darle una “explicación cristiana” a los métodos utilizados, justificándolos al decir que “incluso en la Biblia está prevista la separación del yuyo del trigal”. Tortolo legitimó la represión y la tortura.
En varios libros se comenta sobre sus últimos días; tanto Enz como Mignone afirman que el Arzobispo, con una arterioesclerosis avanzada que le producía desvaríos, fue internado en la Capital Federal, muriendo el 1 de abril de 1986. De su cuidado se encargaban su secretario y diversos alumnos del Seminario. Uno de ellos lo escuchó delirar una noche: Tortolo lloraba angustiado, diciendo que su madre estaba desaparecida.
Las dos iglesiasMás de ochenta prelados en funciones componían el cuerpo episcopal. Unos pocos adoptaron una línea de denuncia abierta de las violaciones de los derechos humanos cometidas por los militares; entre ellos cabe mencionar a Enrique Angelelli, de La Rioja (asesinado por las FFAA simulando un accidente de tránsito); Jaime de Nevares, de Neuquén; Miguel Hesayne, de Viedma; Jorge Novak, de Quilmes; Carlos Ponce de León, de San Nicolás y Eduardo Zaspe, de Santa Fe. Angelelli solía decir en tono abatido “estoy solo entre mis hermanos obispos de Argentina”.
Tortolo, la oficialidad de la Iglesia Católica y la mayoría de sus seguidores, apoyaron (o al menos callaron) cuando miles de argentinos fueron secuestrados, torturados y asesinados por una dictadura a la que bendijeron. Ésta es la iglesia que hoy se preocupa por la santificación de Ceferino Namuncurá, modelo de sumisión al orden establecido, dejando en el olvido u ocultando a sus verdaderos luchadores, los que en los setenta entregaron sus vidas peleando por un mundo mejor.
Pues también existió otra iglesia, una iglesia distinta. Esa fue la iglesia del Padre Carlos Mugica, del Obispo Enrique Angelelli, de los Padres Palotinos, la iglesia de los 20 sacerdotes católicos asesinados entre 1974 y 1983 por la Triple A y por las FFAA. Una iglesia comprometida con las causas populares, una iglesia que luchaba contra las desigualdades y las injusticias que el pueblo sufría. Cuando Angelelli fue nombrado obispo de La Rioja, en su primer mensaje dejó en claro cuál sería su línea; dijo ese día: “tengo un oído en el Evangelio y otro en el Pueblo”. Lamentablemente, algo muy distante y diferente a los dichos y acciones llevadas adelante por Tortolo y sus secuaces.... y mientras algunas/os muchachas/os, esquivando los golpes, alcanzan a pegar unos afiches y a pintar en la vereda consignas en contra de la iglesia, surge de las gargantas del grueso de la columna, al recordar la actuación de la Iglesia Católica, de su jerarquía eclesiástica y particularmente la de su arzobispo, Monseñor Tortolo, en los años de la última dictadura militar en Argentina, un grito que se contagia: “Iglesia, basura, vos sos la dictadura”.
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2 comentarios:
ODIO PROFUNDA,, RACIONAL Y JUSTIFICADAMENTE A TODAS LAS RELIGIONES MONOTEISTAS, A TODAS LAS RELIGIONES DE LA GUERRA, A TODAS LAS RELIGIONES DE LA MUERTE : CRISTIANISMO, JUDAISMO Y ISLAMISMO
salud!
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